sábado, 7 de noviembre de 2015

CELEBRACIONES PREHISPÁNICAS A LOS MUERTOS


Texto original proporcionado por el arqueólogo 

Manuel Eduardo Acosta Campos, INAH.



Todas las culturas son dinámicas, están en constante transformación, de acorde a la historia y el desarrollo social. Cada pueblo le pone su impronta al quehacer cultural. Cuando llegaron los españoles a invadir nuestras tierras, se dio más que un choque entre culturas, prácticamente fue una aniquilación de la población local. Ante esa realidad, los sobrevivientes trataron por todos los medios de rescatar los jirones destrozados de su cultura madre. 
Paulatinamente se fue gestando una nueva cultura, producto del sincretismo cultural entre los dos mundos, de tal manera que actualmente encontramos una rica mezcla de ambas civilizaciones, esa es nuestra realidad y circunstancia.
En los rincones de nuestra abrupta geografía todavía se conservan algunos restos de nuestras culturas originales, pero no debemos de dejar de considerar que desde ese remoto pasado, ya existía un extenso y diverso tapete cultural, México está formado por varios “Méxicos”.

Durante los cuatro meses y los cuatro años que seguían a un fallecimiento, se realizaban distintas ceremonias según la manera en que había muerto la persona y por ende del lugar del inframundo hacia el cual ésta se dirigía.

Son cuatro lugares donde van a morar los difuntos:
Mictlán o "lugar de los muertos" donde impera Mictlantecuhtli, "el señor de la muerte"
Tlalocan "paraíso de Tlaloc"
Tonatiuh ichan "la casa del sol" morada de Huitzilopochtli
Cincalco "la casa del maíz", regido por Huemac.

El Mictlán
Los que mueren de muerte natural descienden como el sol poniente en las fauces de
Tlaltecuhtli el "Dios-Tierra". El recorrido por el inframundo está lleno de obstáculos, que el alma tiene que ir superando, para los fallecidos de esta forma, el recorrido toma 4 años.
El descenso al Mictlán reproduce además la bajada de Quetzalcóatl en el inframundo como creador del hombre. 
La geografía del inframundo estaba constituida por nueve “cielos” o estratos inferiores, entre ellos, había uno, en donde dos montañas chocaban entre sí, amenazando; otro paraje igual de torturador, era el llamado itzehecayan, donde soplaban vientos huracanados con navajas de obsidiana.

En este recorrido les acompañaban un perro de pelo bermejo, que acompañaba al difunto por los diferentes pasos, sólo un perro de ese color servía para ese propósito. 
Finalmente en el último paso llamado Chiconaumictlan, “nueve ríos”, fenecían los difuntos, no sin antes presentarse delante de Mictlantecuhtli,al cual le ofrecían los papeles que llevaban y manojos de teas y cañas de perfumes, e hilo flojo de algodón y otro hilo colorado, y una manta y un maxtli y las nahuas y camisas y todo el resto del ajuar funerario.

Los que habían muerto de muerte natural, de vejez, se recordaban año tras año, durante cuatro años, en la fiesta Tititl, (enero 15-febrero 13, Durán; diciembre 19-enero 7, Sahagún). Como acompañantes del sol poniente que eran, tenían que atravesar el Mictlán, regenerarse en las entrañas fecundas de la madre-tierra para renacer en el oriente.
La fiesta de los difuntos que se dirigen hacia el Mictlán, culmina con la cremación y subsecuente incineración de las imágenes de ocote que representaban al difunto y de todos los elementos constitutivos de la ofrenda. En este mes se celebraba a Cihuacoatl.
Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl

El Tlalocan o paraíso de Tlaloc

Es el sitio a donde iban a parar todos aquellos que morían por alguna causa relacionada al agua, ahogados, fulminados, gotosos, leprosos y bubosos; en este sitio impregnado de verdor y frescura es un lugar lleno de comida y regocijos, nunca faltan las mazorcas de maíz y calabazas y ramitas de bledos, y ají verde y jitomates, y frijoles verdes en vaina, y flores. 
Había una creencia entre los parientes de los fallecidos de esta manera, y era que alguno de ellos había también de morir de la misma manera, a petición de su pariente, para que le acompañara y por esto se guardaban mucho de bañarse.

Los que iban al Tlalocan se les recordaba en la fiesta de los montes o Tepeilhuitl(octubre 27-nov 15, Durán; septiembre 30-octubre 19, Sahagún). En esta fiesta se hacían representaciones de montes, hechos de amaranto, al igual que representaciones de huesos. 
El agua y los montes están estrechamente relacionados en el pensamiento religioso náhuatl precolombino, y los que habían muerto de la forma antes mencionada se encarnaban de alguna manera en la masa de los montes para ser luego consumidos en una verdadera comunión con los vivos.

Como en el caso de los que habían muerto de muerte natural, la fiesta culminaba con ofrendas de comida a los difuntos así como cantos y libaciones: “Y luego, en amaneciendo, ponían estas imágenes en sus oratorios, sobre unos lechos de espadañas o de juncias o juncos. Habíendolos puesto allí, luego los ofrecían comida, tamales y mazamorra, o cazuela hecha de gallina o de carne de perro. Y luego los incensaban, echando incienso en una mano de barro cocido, como cuchara grande llena de brazas. Y a esta ceremonia llamaban calonauac y los ricos cantaban y bebían pulcre a honra de éstos dioses y de sus difuntos".
El Tlalocan

Tonatiuh ichan: la casa del sol
Los que allí llegaban eran los que habían muerto "al filo de la obsidiana" Los que allí iban eran los que morían en la guerra, en el campo de batalla, o los llevaban para luego ser sacrificados. A estos debemos de añadir las mujeres muertas en el parto quienes eran consideradas como guerreras que habían muerto en combate. Este lugar es un "llano" (ixtlaoacan) donde crecían árboles de varios tipos. Los guerreros llevaban el sol desde el este hacia el cenit, allí entregaban el sol a las mujeres muertas en parto (cihuateteo) que las acompañaban en su descenso hacia el oeste o Cihuatlan.

Los que así morían después de cuatro años, se volvían hermosas aves, colibríes, pájaros sagrados amarillos con plumas negras, mariposas blancas. Venían a la tierra a libar todo tipo de flores.
Según algunas fuentes, la fiesta correspondiente a los que habían muerto en la guerra o sacrificados se extendía sobre dos meses del calendario indígena. Comenzaba en Miccailhuitontli "la pequeña fiesta de los muertos", llamada en México-Tenochtitlan, Tlaxochimaco "se reparten las flores", (agosto 8-agosto 27, Durán; julio 12-julio 31, Sahagún). Al parecer en ella se celebraba a los niños muertos “jilotitos tiernos” y se hacían bailes muy solemnes y con mucha tristeza, el mes estaba dedicado a Huitzilopochtli y Xochipilli.
De tal manera que la fiesta católica de muertos, en su modo sincrético, no se dividió en fiesta de Todos los Santos y fiesta de los Fieles Difuntos, sino en fiesta de los muertos pequeños y fiesta de los grandes, el 1° y 2 de noviembre, respectivamente, como se celebraba en antaño, ahora en días consecutivos.

Según Jacinto de la Serna la fiesta de los muertos en la guerra concluía en el siguiente mes Huey Miccailhuitl "gran fiesta de los muertos", conocido entre los mexicas como Xocotl Huetzi "cae el fruto", (agosto 28- 16 de septiembre, Durán; 1° al 20 de agosto, Sahagún): correspondía con la entrada del otoño, cuando caen los frutos, hacían fiestas al Dios del fuego, Xiuhtecuhtli, a la dualidad de Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl. En esta fiesta las danzas eran reposadas y rítmicas, ejecutadas con cantos de hombres y mujeres. 
Otra muestra de la fusión o sincretismo que se dio entre las dos culturas, es el que actualmente todavía se conserva en algunas regiones, que consiste en sembrar las flores de cempasuchitl el día de San Juan, que corresponde al mes de Miccailhuitontli y se cortan para el 2 de noviembre, fiesta de los muertos, de esta manera se ligan el pasado y el presente y los principios duales mesoamericanos de siembra-fecundación, cosecha-muerte.


El Cincalco
Chichihualcuauhco
Al Cincalco van los niños que mueren en su tierna niñez (que) son como unas piedras preciosas; éstos no van a los sitios anteriores, sino que van a la casa de Tonacatecutli, que vive entre vergeles, donde hay todas maneras de árboles y flores y frutos, y andan allí como centzontles o colibríes; los niños que habían muerto cuando todavía estaban mamando iban a un lugar específico, probablemente situado dentro del Cincalco, que se llamaba Chichihualcuauhco "el lugar del árbol de los pechos".

En el mundo indígena, el duelo no es sólo una actitud "doliente" o una manifestación exterior de tristeza, constituye una verdadera ayuda ritual que los parientes del difunto proveen para que su alma pueda llegar a su nuevo estado. Según las modalidades de la muerte el duelo ayuda al difunto a llegar al lugar que le corresponde, permitiendo una verdadera comunión para la familia. 
Se consideraba un periodo de 4 años para que el alma se reintegrara a la naturaleza y es también el tiempo que tardaban los deudos en dejar de soñar a sus parientes fallecidos; los diversos rituales que se realizaban, eran con la finalidad de que las almas de los difuntos completaran correctamente su ciclo de vida hasta la siguiente transformación y no permanecieran vagando en este mundo.



BIBLIOGRAFÍA
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